¡Bienvenida la hermana muerte!
Un día el médico Buongiovanni, amigo suyo, forzado por el Santo a decir la verdad, le confesó sin rodeos que su mal era incurable y que moriría a finales de septiembre o, todo lo más, a primeros de octubre. Oído lo cual, exclamó: ¡Bienvenida mi hermana muerte!. También un fraile, tal vez fray Elías, le comunicó su próxima partida y, para preparar su ánimo, le dijo que su muerte, aunque dolorosa para los hermanos y para muchísimas personas, para él supondría un gozo infinito, el descanso de sus fatigas y la mayor de las riquezas. Y lo invitó a dar a todos ejemplo de serenidad y gozo. La respuesta de Francisco fue llamar a fray Ángel y fray León y ponerse a cantar el Cántico del hermano Sol, al que le añadió una nueva estrofa, que decía: Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal, de la que ningún hombre vivo puede escapar. ¡Ay de los que morirán en pecado mortal! ¡Dichosos los que encontrará en tu santísima voluntad, pues la muerte segunda no le hará mal.
Un día el médico Buongiovanni, amigo suyo, forzado por el Santo a decir la verdad, le confesó sin rodeos que su mal era incurable y que moriría a finales de septiembre o, todo lo más, a primeros de octubre. Oído lo cual, exclamó: ¡Bienvenida mi hermana muerte!. También un fraile, tal vez fray Elías, le comunicó su próxima partida y, para preparar su ánimo, le dijo que su muerte, aunque dolorosa para los hermanos y para muchísimas personas, para él supondría un gozo infinito, el descanso de sus fatigas y la mayor de las riquezas. Y lo invitó a dar a todos ejemplo de serenidad y gozo. La respuesta de Francisco fue llamar a fray Ángel y fray León y ponerse a cantar el Cántico del hermano Sol, al que le añadió una nueva estrofa, que decía: Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal, de la que ningún hombre vivo puede escapar. ¡Ay de los que morirán en pecado mortal! ¡Dichosos los que encontrará en tu santísima voluntad, pues la muerte segunda no le hará mal.
Como una estrella
Al anochecer del sábado 3 de octubre, a pesar de haber ya obscurecido, las alondras seguían revoloteando alrededor de la casa donde Francisco yacía moribundo. A los presentes les pareció la señal de que había llegado el momento. Le faltaban dos o tres meses para cumplir 45 años. Había segundo al Señor durante más de 20 y los dos últimos los vivió crucificado y gravemente enfermo. Uno de los muchos hermanos presentes vio su alma elevarse como una estrella, grande cuanto la luna y brillante como el sol, sobre una nubecilla blanca. Muy lejos de allí, en el sur de Italia, fray Agustín de Asís moría a la misma hora, exclamando:¡Espérame, padre, espérame, que me voy contigo!. Otro fraile lo vio vestido de diácono y seguido de un cortejo de personas que le preguntaban: ¿No es ese Francisco?", ¿No es Cristo?, y el fraile a todos respondía que sí, pues a todos les parecía la misma persona. También el obispo Guido, ausente de Asís por una peregrinación, lo vio en sueños que le decía: Mira, padre, dejo el mundo y me voy a Cristo.
Los estigmas al descubierto
Después de permanecer desnudo en el suelo algún tiempo su cuerpo fue lavado y amortajado. A fray León le parecía un crucificado bajado de la cruz. Sus miembros, antes rígidos como los de un cadáver, se volvieron blandos y flexibles como los de un niño. La primera de los seglares en atreverse a desvelar el misterio de los estigmas fue Jacoba, que no dejaba de abrazar su cuerpo y de besar sus cinco llagas. La multitud, cientos de personas congregadas de toda la región, no dejaba de cantar y alabar al Señor, por permitirles ser testigos de un prodigio semejante, tan difícil de creer. Todos se sentían honrados, los que lograron besarlas y los que sólo pudieron verlas, entre lágrimas de dolor, gozo y agradecimiento a la vez. Lo que decimos lo hemos visto -decía fray Tomás de Celano, con palabras tomadas del evangelista Juan-. Estas manos escriben lo que ellas mismas han palpado. Y añade: Varios hermanos nuestros lo han visto con nosotros mientras vivía el santo, y en su muerte, más de cincuenta, además de innumerables seglares, lo han venerado. ¡Que no haya, pues, lugar para la duda! Quisiera Dios que fuesen muchos los que se uniesen a Cristo Cabeza como miembros suyos con el mismo amor seráfico, para merecer semejante armadura para la batalla de esta vida, y gloria semejante en el reino de los cielos. Entre los que testificaron después acerca del prodigio figuran fray Bonicio, el beato Andrés de Spello, el hijo de Jacoba Juan Frangipani, el señor de Greccio Juan Velita y messer Jerónimo, noble caballero asisano que se atrevió a palpar la llaga del costado y a remover los clavos de las manos y los pies, para estar más seguro de lo que veía.
Cortejo fúnebre
Domingo 4 de octubre: Religiosos y seglares pasaron la noche en vela, entre cánticos y alabanzas, a la luz de las antorchas. A la mañana siguiente, por temor a que los perusinos, enemigos de los asisanos, pudieran robar tan preciosa reliquia, trasladaron su cuerpo a la iglesia de San Jorge, en Asís. Todos llevaban cirios encendidos y ramos de olivo en las manos y cantaban al son de trompetas.
Texto extraido de la web franciscana fratefrancesco.org (+info clic aquí)
Galería de fotos del altar de cultos de la celebración del tránsito de San Francisco.
Tránsito de San Francisco |
Fotos de Jesús López.
No hay comentarios:
Publicar un comentario